ACUMAR
trabaja todos los días para corregir el histórico daño ambiental en la Cuenca y
dejar a las nuevas generaciones un ambiente más sano. Siguiendo con el trabajo
en conjunto, les dejo dos cuentos más para leer y luego les pido que escriban
su propia historia, contando el río que quieren. Espero los relatos de ustedes
y les sigo pidiendo que se cuiden!!
El
Casamiento de Jacinto y Jacinta
por Río de
amor
Jacinto,
un lagarto enamorado, decide confesarle su amor a Jacinta, una lagarta
muy
bonita. Pero como Jacinto es muy tímido le pide ayuda a su amigo, el carancho
José.
A él se le
ocurre que invite a Jacinta a orillas del Río Matanza, para declararle su amor.
Por fin
llegó el día y los enamorados se encontraron frente a frente por primera
vez. Pero
el río estaba tan sucio y maloliente, que cada vez que Jacinto le hablaba a su
enamorada,
se le mezclaban los pensamientos, sobre lo que sentía por Jacinta y sobre lo
que sentía
al ver y oler el río.
Jacinto:
-Jacinta, ¡qué mal hueles!
Jacinta:
-¿Qué dices?
Jacinto:
-Digo, digo... ¡que perfume más rico tienes!
Jacinto:
-¡Cuánta basura!
Jacinta:
-¿Basura? Cocine toda la tarde para ti.
Jacinto:
-Digo, digo... ¡Cuánta comida preparaste!
Jacinto:
-Deberías estar más limpia.
Jacinta:
-¿Pero qué te pasa? ¿Por qué me dices esas cosas?
Jacinto:
-Digo, digo... ¡qué lindo es tu vestido!
Jacinta:
-La verdad Jacinto no sé qué es lo que te pasa, pero a una mujer no se le dicen
esas
cosas. Mejor me voy. ¡No quiero verte más!
Jacinto
muy apenado por todo lo que había pasado, decide pedir ayuda a todos
sus
amigos, para poder limpiar el río y así pedirle a Jacinta otra oportunidad, y
poder
declararle
su amor. El carancho José fue el primero en decir que sí, y manos a la obra.
Tardaron
varios meses en limpiar el inmenso río, pero con esfuerzo y dedica-
ción
pudieron lograrlo. Todo el que pasaba por ahí se quedaba admirado de lo limpio
que
estaba el
río y todos colaboraban para no ensuciarlo.
Jacinta se
enteró de todo lo que estaba haciendo Jacinto con sus amigos, y como
ya habían
pasado varios meses se había olvidado de las cosas que le había dicho Jacinto.
Entonces
decide darle otra oportunidad, pero esta vez Jacinto no anduvo con vueltas y le
dijo:
-¿Querés
casarte conmigo?
Jacinta
asombrada pero feliz le contestó:
-¡Sííí!
Enseguida
el carancho José y todos los amigos de Jacinto comenzaron a organi-
zar la
fiesta. Le preguntaron a Jacinta en qué lugar le gustaría que se haga el
casamiento
y ella sin
dudarlo dijo:
-En el Río
Matanza, donde nos conocimos.
Llegó el
día, Jacinto y Jacinta estaban bellísimos. Ella tenía un vestido blanco
con flores
bordadas, un moño en su pelo y un ramo de rosas rojas. Él tenía un traje negro
con una
camisa blanca y una corbata roja.
El sol se
reflejaba en el río iluminando el altar donde los novios darían el sí.
Se casaron
y tuvieron dos hijos a los que llamaron Martín y Martina. Hoy en
día siguen
yendo a orillas del Río Matanza pero no solos, en familia, a disfrutar del día.
También le
enseñan a sus hijos lo importante que es el medio ambiente que los
rodea y
cómo deben cuidarlo, así sus hijos también podrán visitarlo.
El
carancho José, junto con sus amigos, siguen con la campaña “Limpieza del
Río
Matanza para todos los enamorados”. Están nominados por ACUMAR para el
premio
”POR UN RIACHUELO MATANZA LIMPIO PARA TODOS”, y si siguen
haciendo
tan bien su trabajo creo que lo ganarán.
¡Y
vivieron felices para siempre!
El Enigma
del Riachuelo
por Las
defensoras de la naturaleza
Estaba en
mi escritorio, ordenando papeles y otras cosas; de pronto sonó el
teléfono y
atendí: era de la Comisaria de La Boca. Luego de conversar un rato, me asig-
naron
resolver el enigma de la muerte de la hija de un millonario: Aimira López.
Intrigada, acepté el caso y el comisario con
el que estaba hablando me contó la
hipótesis
que ellos tenían: la chica había ido a bañarse al Riachuelo pero cuando entró
al
agua
inhaló los gases tóxicos del río y sus pulmones se deterioraron hasta morir
ahogada,
al no
poder respirar. Ellos, los policías y el comisario, sabían que había algo raro
y querían
que yo, la
detective Kim Lena, descubra la otra cara del enigma.
Decidida a cerrar el caso, tomé el teléfono y
marqué el número de mi mejor
amiga y
ayudante: Isabel Sosa, para pedirle que me ayudara a resolver el enigma.
Gracias
a ella, me
resultaría más fácil. Ella aceptó y yo le conté el caso y la hipótesis de los
comi-
sarios.
Estuvo de acuerdo en que había algo raro en ese suceso, que la pista del baño
en
el río era
falsa. Muy creíble para todos, aunque no tanto para mí.
Finalmente fuimos a la escena del crimen para
interrogar a los principales sos-
pechosos.
Allí, nos encontramos con los tres testigos: Laura Pandolf, Rocío López y Au-
relio
López. Las dos mujeres me contaron, ya que Isabel fue a hablar con un
comisario,
que habían
visto “movimientos peculiares” en el agua, también dijeron que “una silueta
que no
distinguieron” dejó algo en la orilla y salió corriendo. Aquel testimonio
confirmó
mis
teorías sobre la pista falsa, sobre la muerte de Aimira por ahogo, la ropa que
estaba
en la orilla
era una pista distractora, para despistarnos a Isabel y a mí. Momentos des-
pués,
cuando revisamos el cuerpo de Aimira, notamos que tenía unos moretones en las
muñecas,
señal de que la tomaron y se la llevaron a la fuerza, o tal vez, de que le
arranca-
ron algo.
Aunque todas las pistas conducían a una muerte accidental y confusa.
Primero, la de la madre de Aimira: Michelle
López. Ella se paró frente a mí, y
luego
llegó Isabel con una libreta para anotar todo lo dicho. Comencé a hablar, en
tono
tranquilo:
-Buenas
tardes, soy la detective Kim Lena -dije, tranquilamente-. Estoy a cargo de la
investigación
por la muerte de su hija.
-Hola, Kim
-contestó ella, con un tono altanero-. Yo no tendría que perder tiempo en
esta
absurda investigación, ya sé que mi hija está muerta.
-Igualmente
debe venir ya que tenemos algunos indicios de que su hija sufría de algunos
golpes
-continué, molesta por su carácter-. ¿Es cierto? ¿Tiene idea a qué se debe?
-Eso es
cierto porque la niña malcriada siempre se escapaba para jugar con los chicos
pobres al
fútbol, en vez de hacer cosas de señorita- respondió, con evidente desprecio-.
Pegar es, para mí, una forma de educar y
corregir los caprichos.
Me quedé
sorprendida ante la indiferencia que ella mostraba por su hija. Pero,
algo me
decía que en el fondo la amaba y quería lo mejor para ella.
-Usted,
dejando de lado las apariencias y estereotipos, ¿amaba a la difunta Aimira?-
pre-
gunté, con
la esperanza de que cambie su punto de vista.
-Yo la
amaba, pero ella mostraba actitudes poco apropiadas para niñas- contestó, ape-
nada-. Yo
intentaba darle lo mejor para que sea feliz- continuó, intentando ocultar las
lágrimas
que amenazaban con caer.
-Bien, una
última pregunta: ¿Dónde se encontraba al momento del crimen, es decir, a las
16.15 del
día 12 de mayo, en otras palabras, ayer?- interrogué, finalmente.
-Estaba
relajándome en el spa de una amiga en Capital- respondió muy segura.
-Muy bien,
ya se puede retirar- dije, finalizando la conversación.
-Muchas
gracias, hasta luego- me dijo, y se fue.
Luego,
tuve que interrogar a la niñera de la víctima, Sonia Valdez: ella confesó
que se
encontraba en la mansión de la familia López (donde ella trabajaba) al momento
de la
muerte de Aimira, y también me dijo que la relación que ella tenía con la menor
era como
de madre-hija; se entristeció mucho cuando se enteró de su muerte.
Después de comprobar su inocencia, interrogué
al director de la escuela de Ai-
mira, Juan
Daniel Duarte. Él declaró que estaba supervisando a una clase y que la chica
faltó a la
escuela aquel día, pero igualmente “no le importaba mucho”.
Ninguno de
los tres sospechosos mostraba una actitud sospechosa o nerviosa,
así que
pasé a interrogar al tío de la víctima y testigo (ya que encontró el cuerpo de
Ai-
mira junto
a Laura y Rocío): Aurelio López.
-Buenas
tardes, yo soy la detective a cargo de la investigación por la muerte de su
sobrina
-dije,
segura-. Mi nombre es Kim Lena, un placer.
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-El placer
es mío, señorita Kim- contestó amablemente, pero con angustia en su voz. De
inmediato,
muchas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, lloró desconsoladamente:
-Yo, yo
sólo vi el cuerpo de mi sobrina... y yo la amaba tanto como una hija.
-Nunca
podré entender su dolor, pero le doy mis condolencias- respondí, apenada: él
parecía
muy dolido.
-En su
último cumpleaños, para demostrarle mi amor, le regalé una pulsera con su nom-
bre -me
dijo, sollozando-. Era de oro y tenía esmeraldas incrustadas, ella no se la
sacaba
nunca; si
alguien la mató probablemente se haya llevado el adorno...
-Gracias,
lo tomaremos en cuenta. Puede retirarse -sonreí tristemente, él realmente que-
ría a su
sobrina.
-Hasta
luego- me respondió y rápidamente se fue.
Comencé a
pensar en la pista, probablemente fuera cierta ya que había visto
una
fotografía de Aimira. Había hecho eso para comprobar algunas teorías, entre
ellas,
aquella
que ahora pasaba por mi cabeza. Además, al revisar el cadáver de la víctima me
di
cuenta de
que había múltiples moretones en sus muñecas. Debía actuar rápido si quería
atrapar al
culpable, y solo faltaba un sospechoso.
Estaba en
presencia de una pista comprobada y con sentido. Aunque todos los
sospechosos
fueron revisados, uno de ellos se negaba fuertemente a mostrar el interior de
sus
bolsillos: el socio del padre de la víctima, llamado Park Robert. Él estaba
allí ya que
fue visto
merodeando cerca de la escena del crimen. Entonces me acerqué para interro-
garle:
-Buenas tardes -le dije-. Soy la persona a cargo de la investigación, y mi
deber es
interrogarlo
por ser sospechoso por la muerte de Aimira López.
-Hola
-dijo, con un tono nervioso-. No tengo nada que e-esconder, s-soy inocente.
Su actitud
y su forma de hablar eran sospechosas, algo me decía que tenía bastante para
ocultar.
-Me alegro
de que no tenga nada que esconder- contesté, con algo de burla.
De pronto,
noté un bulto en el bolsillo del saco del hombre.
-Entonces,
si no oculta nada, ¿me permite revisar sus bolsillos?
-¿¡Qué!?
¡No! ¡Es mío, y no tienes derecho a revisarlos!- me gritó, nervioso. Eso bastó
para
llamar la atención de un grupo de policías, que se pusieron detrás de él por si
acaso.
-No hay
nada allí. ¡Sépalo! -Si no hay nada, ¿por qué está tan nervioso?- pregunté con
el
mismo tono
burlón de antes. Sin aviso, metí la mano rápidamente en el bolsillo del saco
y, para mi
sorpresa, encontré una hermosa pulsera de oro y esmeraldas con el nombre de
Aimira:
igual a la que Aurelio describió.
-¿De dónde
sacó esto? Me parece muy pequeño como para entrar en su muñeca.
-No te
importa, es mío- dijo, evidentemente furioso-. De verdad no sirves para nada,
llegaste
al punto de revisar pertenencias ajenas: para ser detective eres bastante
inútil.
Rápidamente, hice una seña a los policías que
estaban detrás del hombre. Ellos
entendieron
y esposaron a Park. El mencionado comenzó a sudar y me miró con un
gesto de
odio y desprecio.
-Park
Robert: tú estás arrestado por ser el culpable del crimen de Aimira López. Has
dejado
pistas falsas, pero no tuviste en cuenta que robar aquella pulsera solo te delataría.
Ahora,
solo debes confesar todo -le dije, serenamente.
Los
policías se lo llevaron rápidamente mientras guardaba el adorno en mi
bolsillo:
debía devolvérselo a Aurelio.
Una vez en la comisaria, Park confesó, según
uno de los policías presentes,
haber
drogado a la chica, luego la forzó a sacarse la ropa para dejar la pista falsa,
pos-
teriormente,
le arrebató la pulsera y la empujó al
Riachuelo, específicamente hacia la
parte más
profunda. Aimira, al estar drogada, no pudo salir del agua, donde finalmente
falleció
debido a la contaminación del río, que deterioró sus pulmones hasta impedirle
la
respiración. Al culpable le dieron 17 años de prisión, ya que se registró que
también
había
mandado a instalar un saladero a orillas del Riachuelo, contribuyendo a la
conta-
minación
que éste tenía.
En cuanto a mí, me premiaron por mi esfuerzo
al resolver el crimen: el comi-
sario me
ofreció un trabajo en la Comisaria y el padre de Aimira, el millonario Víctor
López, me
dio una gran suma de dinero por haber resuelto el crimen de su hija: el dinero
lo destiné
para una profunda limpieza y desinfección del Riachuelo, un proyecto que
nadie
había podido realizar.
Este caso
aumentó mi autoestima y seguridad; ahora espero que la joven Aimi-
ra
descanse en paz.