lunes, 6 de julio de 2020

Prácticas del Lenguaje


ACUMAR trabaja todos los días para corregir el histórico daño ambiental en la Cuenca y dejar a las nuevas generaciones un ambiente más sano. Siguiendo con el trabajo en conjunto, les dejo dos cuentos más para leer y luego les pido que escriban su propia historia, contando el río que quieren. Espero los relatos de ustedes y les sigo pidiendo que se cuiden!!

El Casamiento de Jacinto y Jacinta

por Río de amor

Jacinto, un lagarto enamorado, decide confesarle su amor a Jacinta, una lagarta
muy bonita. Pero como Jacinto es muy tímido le pide ayuda a su amigo, el carancho José.
A él se le ocurre que invite a Jacinta a orillas del Río Matanza, para declararle su amor.
Por fin llegó el día y los enamorados se encontraron frente a frente por primera
vez. Pero el río estaba tan sucio y maloliente, que cada vez que Jacinto le hablaba a su
enamorada, se le mezclaban los pensamientos, sobre lo que sentía por Jacinta y sobre lo
que sentía al ver y oler el río.
Jacinto: -Jacinta, ¡qué mal hueles!
Jacinta: -¿Qué dices?
Jacinto: -Digo, digo... ¡que perfume más rico tienes!
Jacinto: -¡Cuánta basura!
Jacinta: -¿Basura? Cocine toda la tarde para ti.
Jacinto: -Digo, digo... ¡Cuánta comida preparaste!
Jacinto: -Deberías estar más limpia.
Jacinta: -¿Pero qué te pasa? ¿Por qué me dices esas cosas?
Jacinto: -Digo, digo... ¡qué lindo es tu vestido!
Jacinta: -La verdad Jacinto no sé qué es lo que te pasa, pero a una mujer no se le dicen
esas cosas. Mejor me voy. ¡No quiero verte más!
Jacinto muy apenado por todo lo que había pasado, decide pedir ayuda a todos
sus amigos, para poder limpiar el río y así pedirle a Jacinta otra oportunidad, y poder
declararle su amor. El carancho José fue el primero en decir que sí, y manos a la obra.

Tardaron varios meses en limpiar el inmenso río, pero con esfuerzo y dedica-
ción pudieron lograrlo. Todo el que pasaba por ahí se quedaba admirado de lo limpio que

estaba el río y todos colaboraban para no ensuciarlo.
Jacinta se enteró de todo lo que estaba haciendo Jacinto con sus amigos, y como
ya habían pasado varios meses se había olvidado de las cosas que le había dicho Jacinto.

Entonces decide darle otra oportunidad, pero esta vez Jacinto no anduvo con vueltas y le
dijo:
-¿Querés casarte conmigo?
Jacinta asombrada pero feliz le contestó:
-¡Sííí!

Enseguida el carancho José y todos los amigos de Jacinto comenzaron a organi-
zar la fiesta. Le preguntaron a Jacinta en qué lugar le gustaría que se haga el casamiento

y ella sin dudarlo dijo:
-En el Río Matanza, donde nos conocimos.
Llegó el día, Jacinto y Jacinta estaban bellísimos. Ella tenía un vestido blanco
con flores bordadas, un moño en su pelo y un ramo de rosas rojas. Él tenía un traje negro
con una camisa blanca y una corbata roja.
El sol se reflejaba en el río iluminando el altar donde los novios darían el sí.
Se casaron y tuvieron dos hijos a los que llamaron Martín y Martina. Hoy en
día siguen yendo a orillas del Río Matanza pero no solos, en familia, a disfrutar del día.
También le enseñan a sus hijos lo importante que es el medio ambiente que los
rodea y cómo deben cuidarlo, así sus hijos también podrán visitarlo.
El carancho José, junto con sus amigos, siguen con la campaña “Limpieza del
Río Matanza para todos los enamorados”. Están nominados por ACUMAR para el
premio ”POR UN RIACHUELO MATANZA LIMPIO PARA TODOS”, y si siguen
haciendo tan bien su trabajo creo que lo ganarán.
¡Y vivieron felices para siempre!

El Enigma del Riachuelo
por Las defensoras de la naturaleza

Estaba en mi escritorio, ordenando papeles y otras cosas; de pronto sonó el
teléfono y atendí: era de la Comisaria de La Boca. Luego de conversar un rato, me asig-
naron resolver el enigma de la muerte de la hija de un millonario: Aimira López.
 Intrigada, acepté el caso y el comisario con el que estaba hablando me contó la
hipótesis que ellos tenían: la chica había ido a bañarse al Riachuelo pero cuando entró al
agua inhaló los gases tóxicos del río y sus pulmones se deterioraron hasta morir ahogada,
al no poder respirar. Ellos, los policías y el comisario, sabían que había algo raro y querían
que yo, la detective Kim Lena, descubra la otra cara del enigma.
 Decidida a cerrar el caso, tomé el teléfono y marqué el número de mi mejor
amiga y ayudante: Isabel Sosa, para pedirle que me ayudara a resolver el enigma. Gracias
a ella, me resultaría más fácil. Ella aceptó y yo le conté el caso y la hipótesis de los comi-
sarios. Estuvo de acuerdo en que había algo raro en ese suceso, que la pista del baño en
el río era falsa. Muy creíble para todos, aunque no tanto para mí.
 Finalmente fuimos a la escena del crimen para interrogar a los principales sos-
pechosos. Allí, nos encontramos con los tres testigos: Laura Pandolf, Rocío López y Au-
relio López. Las dos mujeres me contaron, ya que Isabel fue a hablar con un comisario,
que habían visto “movimientos peculiares” en el agua, también dijeron que “una silueta
que no distinguieron” dejó algo en la orilla y salió corriendo. Aquel testimonio confirmó
mis teorías sobre la pista falsa, sobre la muerte de Aimira por ahogo, la ropa que estaba
en la orilla era una pista distractora, para despistarnos a Isabel y a mí. Momentos des-
pués, cuando revisamos el cuerpo de Aimira, notamos que tenía unos moretones en las
muñecas, señal de que la tomaron y se la llevaron a la fuerza, o tal vez, de que le arranca-
ron algo. Aunque todas las pistas conducían a una muerte accidental y confusa.
 Primero, la de la madre de Aimira: Michelle López. Ella se paró frente a mí, y
luego llegó Isabel con una libreta para anotar todo lo dicho. Comencé a hablar, en tono
tranquilo:
-Buenas tardes, soy la detective Kim Lena -dije, tranquilamente-. Estoy a cargo de la
investigación por la muerte de su hija.
-Hola, Kim -contestó ella, con un tono altanero-. Yo no tendría que perder tiempo en
esta absurda investigación, ya sé que mi hija está muerta.
-Igualmente debe venir ya que tenemos algunos indicios de que su hija sufría de algunos
golpes -continué, molesta por su carácter-. ¿Es cierto? ¿Tiene idea a qué se debe?
-Eso es cierto porque la niña malcriada siempre se escapaba para jugar con los chicos
pobres al fútbol, en vez de hacer cosas de señorita- respondió, con evidente desprecio-.
 Pegar es, para mí, una forma de educar y corregir los caprichos.
Me quedé sorprendida ante la indiferencia que ella mostraba por su hija. Pero,
algo me decía que en el fondo la amaba y quería lo mejor para ella.
-Usted, dejando de lado las apariencias y estereotipos, ¿amaba a la difunta Aimira?- pre-
gunté, con la esperanza de que cambie su punto de vista.
-Yo la amaba, pero ella mostraba actitudes poco apropiadas para niñas- contestó, ape-
nada-. Yo intentaba darle lo mejor para que sea feliz- continuó, intentando ocultar las
lágrimas que amenazaban con caer.
-Bien, una última pregunta: ¿Dónde se encontraba al momento del crimen, es decir, a las
16.15 del día 12 de mayo, en otras palabras, ayer?- interrogué, finalmente.
-Estaba relajándome en el spa de una amiga en Capital- respondió muy segura.
-Muy bien, ya se puede retirar- dije, finalizando la conversación.
-Muchas gracias, hasta luego- me dijo, y se fue.
Luego, tuve que interrogar a la niñera de la víctima, Sonia Valdez: ella confesó
que se encontraba en la mansión de la familia López (donde ella trabajaba) al momento
de la muerte de Aimira, y también me dijo que la relación que ella tenía con la menor
era como de madre-hija; se entristeció mucho cuando se enteró de su muerte.
 Después de comprobar su inocencia, interrogué al director de la escuela de Ai-
mira, Juan Daniel Duarte. Él declaró que estaba supervisando a una clase y que la chica
faltó a la escuela aquel día, pero igualmente “no le importaba mucho”.
Ninguno de los tres sospechosos mostraba una actitud sospechosa o nerviosa,
así que pasé a interrogar al tío de la víctima y testigo (ya que encontró el cuerpo de Ai-
mira junto a Laura y Rocío): Aurelio López.
-Buenas tardes, yo soy la detective a cargo de la investigación por la muerte de su sobrina
-dije, segura-. Mi nombre es Kim Lena, un placer.

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-El placer es mío, señorita Kim- contestó amablemente, pero con angustia en su voz. De
inmediato, muchas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, lloró desconsoladamente:
-Yo, yo sólo vi el cuerpo de mi sobrina... y yo la amaba tanto como una hija.
-Nunca podré entender su dolor, pero le doy mis condolencias- respondí, apenada: él
parecía muy dolido.
-En su último cumpleaños, para demostrarle mi amor, le regalé una pulsera con su nom-
bre -me dijo, sollozando-. Era de oro y tenía esmeraldas incrustadas, ella no se la sacaba
nunca; si alguien la mató probablemente se haya llevado el adorno...
-Gracias, lo tomaremos en cuenta. Puede retirarse -sonreí tristemente, él realmente que-
ría a su sobrina.
-Hasta luego- me respondió y rápidamente se fue.
Comencé a pensar en la pista, probablemente fuera cierta ya que había visto
una fotografía de Aimira. Había hecho eso para comprobar algunas teorías, entre ellas,
aquella que ahora pasaba por mi cabeza. Además, al revisar el cadáver de la víctima me di
cuenta de que había múltiples moretones en sus muñecas. Debía actuar rápido si quería
atrapar al culpable, y solo faltaba un sospechoso.
Estaba en presencia de una pista comprobada y con sentido. Aunque todos los
sospechosos fueron revisados, uno de ellos se negaba fuertemente a mostrar el interior de
sus bolsillos: el socio del padre de la víctima, llamado Park Robert. Él estaba allí ya que
fue visto merodeando cerca de la escena del crimen. Entonces me acerqué para interro-
garle: -Buenas tardes -le dije-. Soy la persona a cargo de la investigación, y mi deber es
interrogarlo por ser sospechoso por la muerte de Aimira López.
-Hola -dijo, con un tono nervioso-. No tengo nada que e-esconder, s-soy inocente.
Su actitud y su forma de hablar eran sospechosas, algo me decía que tenía bastante para
ocultar.
-Me alegro de que no tenga nada que esconder- contesté, con algo de burla.
De pronto, noté un bulto en el bolsillo del saco del hombre.
-Entonces, si no oculta nada, ¿me permite revisar sus bolsillos?
-¿¡Qué!? ¡No! ¡Es mío, y no tienes derecho a revisarlos!- me gritó, nervioso. Eso bastó
para llamar la atención de un grupo de policías, que se pusieron detrás de él por si acaso.
-No hay nada allí. ¡Sépalo! -Si no hay nada, ¿por qué está tan nervioso?- pregunté con el
mismo tono burlón de antes. Sin aviso, metí la mano rápidamente en el bolsillo del saco
y, para mi sorpresa, encontré una hermosa pulsera de oro y esmeraldas con el nombre de
Aimira: igual a la que Aurelio describió.
-¿De dónde sacó esto? Me parece muy pequeño como para entrar en su muñeca.
-No te importa, es mío- dijo, evidentemente furioso-. De verdad no sirves para nada,
llegaste al punto de revisar pertenencias ajenas: para ser detective eres bastante inútil.
 Rápidamente, hice una seña a los policías que estaban detrás del hombre. Ellos
entendieron y esposaron a Park. El mencionado comenzó a sudar y me miró con un
gesto de odio y desprecio.
-Park Robert: tú estás arrestado por ser el culpable del crimen de Aimira López. Has
dejado pistas falsas, pero no tuviste en cuenta que robar aquella pulsera solo te delataría.
Ahora, solo debes confesar todo -le dije, serenamente.
Los policías se lo llevaron rápidamente mientras guardaba el adorno en mi
bolsillo: debía devolvérselo a Aurelio.
 Una vez en la comisaria, Park confesó, según uno de los policías presentes,
haber drogado a la chica, luego la forzó a sacarse la ropa para dejar la pista falsa, pos-
teriormente,  le arrebató la pulsera y la empujó al Riachuelo, específicamente hacia la
parte más profunda. Aimira, al estar drogada, no pudo salir del agua, donde finalmente
falleció debido a la contaminación del río, que deterioró sus pulmones hasta impedirle
la respiración. Al culpable le dieron 17 años de prisión, ya que se registró que también
había mandado a instalar un saladero a orillas del Riachuelo, contribuyendo a la conta-
minación que éste tenía.
 En cuanto a mí, me premiaron por mi esfuerzo al resolver el crimen: el comi-
sario me ofreció un trabajo en la Comisaria y el padre de Aimira, el millonario Víctor
López, me dio una gran suma de dinero por haber resuelto el crimen de su hija: el dinero
lo destiné para una profunda limpieza y desinfección del Riachuelo, un proyecto que
nadie había podido realizar.

Este caso aumentó mi autoestima y seguridad; ahora espero que la joven Aimi-
ra descanse en paz.