lunes, 21 de septiembre de 2020

PDL 2DO 1ERA Y 3ERO 1ERA (TM) PF OCCHIPINTI,ADRIANA

 

  PRÁCTICAS DEL LENGUAJE

DOCENTE: OCCHIPINTI ADRIANA

CURSO: 2°1 Y 3°1°

 

GENERO REALISTA: UN RECORRIDO POR BUENOS AIRES.

 

Hola chicos espero que se encuentren bien al igual que sus familias. Ya saben que estamos trabajando el cuento realista donde los hechos pueden semejarse con la realidad pues hay personajes, lugares, situaciones y tiempo perfectamente identificables con nuestra vida cotidiana.

En esta ocasión les cuento que nos acercamos a la jornada “Maratón Nacional de Lectura”, semana en la que todos los alumnos del país leen diferentes historias y las comparte con sus compañeros y profesora. Este año, la provincia de Buenos Aires cumple 200 años y por tal motivo, les propongo leer la siguiente historia y luego conocer virtualmente esta hermosa ciudad llena de luces, misterios y cultura. ¿Empezamos?

PROVINCIANOS EN BUENOS AIRES

Había una vez... allá, en abril de 1968... Hacía poco más de un año que nos habíamos casado. Estábamos armando nuestra casa. En esas épocas, no existían las tarjetas de crédito y los negocios co- braban bastante interés al vender en cuotas. Por tal motivo, pedimos un préstamo bancario y, como en Buenos Aires las cosas eran mu- chísimo más baratas que en nuestra provinciana ciudad de Posadas donde vivíamos, decidimos hacer un “Viaje de compras” a la Capital. Aprovechamos la Semana Santa.

 

Salimos el sábado en Singer, “la” empresa de ómnibus que hacía Posadas - Buenos Aires, la única. Llegamos el domingo por la mañana. Por recomendación de una tía nos alojamos en un hotel de Callao y Bartolomé Mitre. Fue nuestra llegada a la gran ciudad. El domingo por la noche nos deslumbraron las luces. Ni qué decir, el subte. Comenzamos a caminar. Increíble, ante nosotros, el Congreso Nacional con su plaza, la Confitería del Molino, la famosa Avenida de Mayo. Pasamos por el deslumbrante Palacio Barolo, el Hotel Castelar, el Café Tortoni, cargado de recuerdos. La recorrimos de punta a pun- ta, hasta llegar a la inigualable Plaza de Mayo, rodeada de edificios repletos de historia que se abrían ante nuestros ojos como estampas. Recordábamos las fotos y figuritas de diarios y revistas como Billiken y Mundo Infantil, que de niños teníamos que recortar y pegar en el cuaderno para cumplir con una tarea escolar. Nos parecía mentira poder estar viendo directamente todos esos lugares, a los que pensá- bamos que nunca podíamos llegar. Pero... estábamos aquí.

 

Terminamos nuestro primer día porteño muertos de cansancio y comentando y recordando todo lo visto hacía unas pocas horas, nos quedamos dormidos. Al otro día, lunes, mi marido concurrió a las ofici- nas centrales de Obras Sanitarias de la Nación, repartición de la cual era empleado, desempeñando su cargo en la ciudad de Posadas. Al recibirlo, su jefe le dijo: “¡Qué pronto vino, ingeniero!”. Mi esposo no comprendía esta frase pero de inmediato se aclaró. Le habían otor- gado una beca para cursar la especialidad de Ingeniería Sanitaria en la Universidad de Buenos Aires y debía presentarse el lunes siguiente a la primera clase de este curso. Como eran las comunicaciones en aquellas épocas, esta noticia todavía no había llegado a Posadas.

 

Cuando regresó al hotel no sabía cómo decirme que teníamos que cortar nuestro viaje de compras y regresar a Posadas para preparar la estadía que sería por diez meses. Al recibir la noticia, espontáneamen- te le contesté: “De ninguna manera. No podemos volvernos sin hacer las compras”, pues, habíamos pedido el préstamo bancario para ese fin. Por lo tanto, ocupamos el resto del lunes, el martes y el miércoles para recorrer negocios y comprar lo programado: un ventilador; dos reposeras; una radio a transistores (así las llamábamos a las radios a pila), compramos una SONY, de “marca”; telas para cortinas; ropa de cama; y ropa personal. Y allá volvimos a nuestra casa con nuestras adquisiciones.

 

El miércoles por la noche, de vuelta en Singer a Posadas. Se nos acabó nuestro paseo por la Capital. Mi marido regresó a Buenos Aires el domingo siguiente y el lunes pudo asistir a la primera clase en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, en la Avenida Paseo Colón.

 

Yo me quedé en Posadas organizando cómo dejar la casa ce- rrada por diez meses. Guardando cosas, programando cómo pagar los impuestos y los distintos servicios. Viajé de nuevo de Posadas a Buenos Aires el sábado por la noche. Se viajaba de noche para que el viaje resulte más corto, durmiendo la ruta de 1200 km. El camino tenía muchos kilómetros de tierra, los que debían transitarse a muy baja velocidad. En esta oportunidad, llovió durante todo el viaje, por lo que fue más largo. No veía las horas de llegar y encontrarme con mi mari- do que, por suerte, me estaba esperando en la terminal de la empre- sa. No había, en esos años, una terminal de ómnibus en la ciudad de Buenos Aires. Cada empresa tenía su terminal propia, que no era más que un gran galpón con alguna que otra comodidad para esperar y despachar a los pasajeros. La de Singer estaba en Parque Patricios.

 

Retiramos las pertenencias de mi marido del hotel en el que se había alojado esa semana y fuimos al departamento de una fa- milia amiga mía de la infancia, a la que había contactado y que muy amables nos ofrecieron un lugar en su departamento que, paradójica- mente, estaba ubicado a una cuadra del hotel, en calle Cangallo (hoy, Presidente Perón) y Riobamba.

 

Al otro día volvió a llover y recién allí noté la falta de mi para- guas, que había traído en el ómnibus, afuera de los bolsos por si lo necesitaba a la llegada, algo que no sucedió porque en ese momento no llovía. Con mucha ilusión y poca esperanza, comenté con los que estaba en ese momento, que iría a la terminal de Singer a buscar mi paraguas. Por supuesto, todos opinaban que no lo encontraría. Pues bien, al llegar al lugar, me acerqué a la ventanilla para preguntar al señor que estaba atendiendo si habían encontrado un paraguas en el coche que había venido de Posadas el día anterior (había un solo coche por día que cubría este trayecto) y como respuesta a mi pre- gunta, este señor fue a otra habitación y regresó con mi paraguas en la mano. De más está decir: mi sorpresa y agradecimiento por la ho- nestidad demostrada. Al regresar al departamento de nuestros ami- gos nadie podía creer lo sucedido. Yo, contenta con no haber perdido mi paraguas, volví a la normalidad.

 

 

 De inmediato, nos abocamos a buscar departamento amobla-do para alquilar hasta diciembre. Como mi esposo debía asistir a las clases, me tocaba a mí recorrer y hacer la búsqueda, Clarín en mano, como se usaba. No había Internet y este era el diario que tenía más avisos clasificados en el rubro inmobiliario.

 

Había muchísimas ofertas, pero nada dentro de nuestras posi- bilidades económicas. Así transcurrimos nuestra primera semana sin poder disfrutar de esta Buenos Aires. Caminando sin ver lo que está- bamos transitando, solo mirábamos los edificios que tenían carteles de alquiler y buscábamos aquellos a los que nos llevaban los avisos clasificados. Una tarea ardua y desmoralizadora ante la falta de una posibilidad real.

 

El domingo siguiente fuimos a la misa vespertina en la Iglesia  de San Nicolás de Bari, en la Av. Santa Fe al 1300. Emocionante. Fer- vientemente le pedimos a Dios que nos ayude a encontrar nuestro alojamiento. Al finalizar la misa, decidimos caminar un rato. Tomamos hacia la izquierda, es decir, por Santa Fe hacia Callao. A los pocos pasos encontramos una galería comercial. Le dije a mi marido: “En- tremos a mirar un poco”. ¡Oh, sorpresa! En uno de los locales, había pegado en la vidriera un papelito blanco escrito a mano que decía: “Alquilo departamento amoblado hasta diciembre”. No lo podíamos creer. Nos miramos y sin dudarlo, dijimos: “¡Preguntemos!”. Así lo hi- cimos. Nos atendió una señora muy amablemente. Nos describió el departamento ideal para nosotros. Dos ambientes amoblados, dormitorio con cama matrimonial y placard, living con mesa y cuatro sillas, diván cama doble y una mesita ratona, cocina equipada con vajilla, heladera y todo lo necesario. Estaba ubicado en la calle Paso esquina Lavalle, tercer piso a la calle. Tanto el living como el dormitorio tenían balcón francés, es decir, puertas balcón que abarcaban todo el ancho de la habitación hacia la calle Paso. Tal como convenimos con esta señora, fuimos a visitarlo al día siguiente. Era el departamento de su hermana, casada con un médico. La pareja había viajado al exterior también por un curso de perfeccionamiento del doctor. Nos encan-  tó desde que entramos. Las condiciones de alquiler eran las norma- les: mes adelantado y una garantía propietaria, impuestos y servicios a cargo del inquilino. Como era de propietario a inquilino no había ninguna comisión. Conversando parece que les caímos en gracia y no hizo falta intervención de escribano ni de nadie para la firma del contrato de alquiler. Lo hicimos solo entre las partes. Con respecto a la garantía, una anécdota. Mi esposo era representante en el Litoral, (Misiones, Corrientes y Entre Ríos) de una consultora de ingeniería. Llamó a uno de los integrantes de esa consultora y le comentó que necesitábamos un garante para el alquiler del departamento. Como respuesta nos invitó a cenar en su departamento de Barrancas de Belgrano. Allá fuimos, muy contentos pensando que nos daría todos los datos para la garantía. Grande fue nuestra sorpresa y desilusión cuando al finalizar la cena en la que estuvieron este señor y su es- posa, nos dijo que no podía firmar la garantía porque su cargo en la consultora se lo impedía. Nos dimos cuenta perfectamente que fue una simple excusa y esto nos reveló la clase de personas con las que estábamos tratando, por lo que pronto mi esposo renunció a la re- presentación de esa consultora. Regresamos al departamento tristes y desorientados pensando a quién podíamos pedir semejante favor.

 

 

 

 

Al día siguiente, mi marido fue a clase temprano como todos los días. Cuando estábamos desayunando, la señora Consuelo, la dueña de casa, me pregunta el motivo de mi preocupación que, evidente- mente yo dejaba traslucir. Le expliqué el motivo y me respondió: “No te preocupes, ya encontrarán la solución”. Terminamos el desayuno y fui al dormitorio. Pasó un buen rato, no sé cuánto tiempo habrá sido y sentí que golpearon a la puerta de la habitación. Abrí y era don Pepo, como llamábamos al dueño de casa y esposo de la señora Consuelo, nuestros vecinos y amigos de Esquina, mi correntino pueblo natal. En su mano tenía unas carpetas de cartulina rosada, tamaño oficio, algu- nas más gastadas que otras. Extendió su mano y me dijo: “Tomá. Lle- vá esto al propietario del departamento que quieren alquilar y si les aceptan puedo firmarles la garantía”. Me daba las escrituras origina- les del departamento en que estábamos, de su casa y los campos de Esquina. Así se usaba en aquellos años, no como ahora que todo se maneja con fotocopias. Él se dedicaba a la agricultura y tenía un buen plantel de ganado. Ante semejante actitud no hice más que agrade- cerle infinitamente y decirle que no era necesario tanto, que me diera solo la del departamento de Buenos Aires a lo que me respondió que presente todo para que el propietario sepa a qué clase de personas estaba alquilando su departamento. Cuando mi marido vino de su clase y le muestro y comento lo sucedido, no lo podía creer.

 

No eran fáciles las comunicaciones telefónicas; por supuesto, no existían los teléfonos móviles y conseguir una línea telefónica en Buenos Aires era sumamente difícil. Por ejemplo, en el negocio donde estaba colocado el papelito en la vidriera, no tenían teléfono, había que llamar al local vecino. Por todo esto, decidimos ir directamente. Cuando mostramos las escrituras para la garantía, de inmediato to- maron todos los datos, nombres y números de documento y fijaron el horario para la firma y entrega de la llave para la tarde del día siguien- te. El acto se realizó en el departamento de nuestros amigos para que don Pepo no tenga que trasladarse a otro lugar. Todo, en un ambiente cordial y amable de ambas partes. Nos dieron las llaves y, aunque ya era de noche, fuimos rápido hasta el departamento, para ver de qué          disponíamos y qué necesitaríamos.

 

Al otro día, la señora Consuelo me dijo que vaya a limpiar el de- partamento y que una de las chicas que trabajaba en el departamen- to de ellos iría conmigo para ayudarme. Así fue. Menos mal, porque a pesar de que eran solo dos habitaciones, cocina y baño, nos dio un buen trabajo. Sobre todo el baño, que tenía las paredes cubiertas de azulejos negros y bañera. Quedan muy lindos los azulejos negros con los artefactos sanitarios blancos, pero… ¡no sé hacen una idea lo que cuesta limpiar esos azulejos! Una gota de agua que queda sin secar se marca con una aureola. Las habitaciones tenían pisos de parquet que había que encerar. La cocina tenía bajo mesada y ala- cena con vajilla muy completa. Había que lavar todo. Nos llevó más de un día, pero quedó impecable. Recién después de este trabajo llevamos nuestras valijas y nos instalamos en el departamento. Nunca terminaremos de agradecer a la señora Consuelo y a don Pepo todo lo que hicieron por nosotros. Fueron nuestros padres en Buenos Aires.

 

Recién en este momento comenzó nuestra vida de provincia- nos en Buenos Aires. Costumbres y nombres diferentes. Fui a la carni- cería y pido dos chuletas, el carnicero me miró y me dijo: “¿Qué?” Le repito: “Dos chuletas”. Hizo una expresión de asombro. Se las señalé porque las tenía en la heladera mostrador. “Ah, dos bifes anchos”, me corrigió. Ahí, la asombrada fui yo, por el nombre que le dio a este corte de carne.

 

Estábamos en período de mucha inflación. En la esquina de Av. Pueyrredón y Cangallo (hoy, Presidente Perón), estaba la feria mu- nicipal con puestos de verduras, carnes, pescados, pastas frescas, artículos de limpieza y alguno que otro puesto con artículos de almacén. Un día, al llegar, pregunté el precio del kilo de ñoquis en el puesto de pastas frescas que estaba en la entrada. Me dieron un precio. Como tenía que comprar varias cosas, pensé: “Si lo llevo ya, los ñoquis van a quedar abajo en la bolsa y se van a aplastar todos”. Decidí hacer las otras compras primero y, como este puesto estaba en la puerta, comprar los ñoquis a la salida para que fueran arriba en la bolsa. Así lo hice, pero grande fue mi sorpresa cuando para pagar saqué la suma que me habían dicho un rato antes y me dijeron: “No, ya aumentaron…”. Sin comentarios. Así funcionaba nuestra economía por esas épocas.

 

Mi marido viajaba cada quince días en avión a Posadas para dar clases. Habían dos empresas: Austral y Aerolíneas Argentinas. Una hacía el trayecto de la mañana y la otra, el de la tarde. Ida y vuelta con escala en Corrientes las dos. Él viajaba los viernes a la tarde y regresaba los domingos a la mañana. Daba clases en la Facultad de Ingeniería de Posadas que dependía de la Universidad del Nordeste, con sede en la ciudad Corrientes. Para no quedar sola en el departa- mento, había fines de semana que iba al departamento de los amigos. Cuando tenía que hacer, me quedaba en el nuestro. Comencé un curso de computación en un instituto de IBM y otro de bioestadística en sanidad escolar, por lo que tenía que estudiar. Como distracción, frecuentaba el zoológico que estaba en plena actividad y tenía muchí- simos animales. Pasaba horas observando a los monos que parecían personitas por cómo se trataban y las cosas que hacían.

 

 

Nos deslumbró la avenida Corrientes con sus librerías, teatros, restaurantes y luces. Ni decir de la zona del obelisco, donde era im- posible no dejarse asombrar por los carteles luminosos. Solíamos sa- lir caminando desde Paso, por Corrientes y llegar hasta Florida. Con nuestra juventud de aquellos años, esto era realmente un paseo y nos llevaba todo el tiempo que teníamos disponible en ese día. Es de- cir, nos quedábamos admirando lo que nos interesaba, todo cuanto queríamos. A veces, solo entrábamos en una o dos librerías y ya nos dábamos por satisfechos. Otra entrábamos a disfrutar en una de las tantas pizzerías, algunas muy famosas como Los Inmortales, Güerrin, Las Cuartetas, Banchero, entre otras.

 

Así, un día decidimos entrar a tomar el té en la confitería que en ese entonces tenía el Teatro San Martín, que era nuevito. Se había inaugurado el edificio en 1960. Una confitería “con todo”. Mesas con mantel color natural hasta el piso y cubremantel blanco inmaculado. Sillas tapizadas de pana roja. Pedimos dos tés con leche con masas. Enseguida nos trajeron la vajilla, de porcelana, de primer nivel. Colo- caron frente a cada uno las tazas y plato auxiliar, cubiertos y copa. Otro mozo trajo una bandeja con la tetera, con té en hebras, no en saquitos, el colador apoyado en una copita; la lechera; y la azucarera, que nos dejaron en la mesa al igual que una jarra de vidrio con agua. Detrás, otro mozo trajo una mesita rodante de aproximadamente 60 x 40 cm. repleta de masas finas acomodadas de manera muy decorati- va. Nos miramos con mi marido y dijimos: “¿Por dónde empezamos?”. No había nadie que haya pedido algo semejante como para “copiar” como comían. La mayoría de las mesas estaban ocupadas, pero los comensales solo tenían un café o una gaseosa, no más que eso. Al- guno que otro, un tostado. A la inversa, todos nos miraron, es decir, miraron la mesita rodante cargada de masas. Mi marido me dijo: “Y bueno, comamos”. Como a él le gustaban más las de crema y a mí las de dulce de leche, así las fuimos seleccionando. Riquísimas. Pero, literalmente, no dábamos más. Mi esposo me decía: “Comé que nos van a cobrar igual”. Comentábamos cuánto tendríamos que pagar y nos conformaba el hecho de que era principio de mes y que esta sería “la salida de ese mes”. Llegó el momento en que dijimos basta. En la mesa auxiliar quedaban unas pocas masas. Llamamos al mozo para pagar y grande fue nuestra sorpresa cuando contabiliza cuántas masas habíamos comido y sobre ese número fue el precio que nos cobraron. No se pregunten cuánto pagamos. Fue el importe de la sa- lida de dos meses. Pero… ¡qué ricas eran esas masas y qué bien la pasamos en ese lugar! Hasta hoy lo recuerdo con nostalgia.

 

Algunos fines de semana soleados, íbamos hasta la Costanera Sur. El agua del río bañaba la arena de la playa a la que aún, en in- vierno, concurrían los lugareños a tomar sol. Hoy, con la reserva eco- lógica y demás, es imposible imaginar aquella postal, pero en 1968 la pudimos apreciar.

 

Para completar la traza de la Avenida 9 de Julio estaban demo- liendo las últimas manzanas edificadas para llegar con la obra hasta Constitución. Todas las manzanas de número 1000 fueron demolidas para abrir la avenida. Por eso, las calles que cortan la avenida hacia el lado de la Casa Rosada terminan con el número 999 y después de la avenida, comienzan con el 1100. En esas manzanas, había muchos negocios cuyos locales fueron expropiados y cerraron sus puertas. Yo los recorría y aproveché muchas de las tantas ofertas que ofrecían. Conservo bijouterie de aquella época, artículos de mercería, artícu- los de bazar. En una de las mercerías que compraba daban como promoción entradas para los teatros de la Avenida Corrientes. ¡Cómo los disfrutamos! No perdimos ninguno de los cupones. Obras exce- lentes interpretadas por artistas famosos del momento. A veces, no necesitaba nada pero iba a comprar un carretel de hilo para tener las entradas de teatro.

Así fueron transcurriendo los diez meses y llegamos a diciem- bre. Decidimos ir a pasar la Navidad y el Año Nuevo a Santa Fe, donde vivía mi madre, y después ir a Posadas. Despachamos por Singer los bultos con las cosas que habíamos comprado durante el año, que no fueron pocas. Entre ellas, máquina de tejer y televisor que recién se estaban popularizando. Lo que compramos de ropa y cosas de bazar, por ejemplo, lo iba llevando mi esposo cuando hacía los viajes para ir a dar clases.

 

Llegó el día de despedirnos de Buenos Aires. Fue con bastante pesar, pues, nos habíamos acostumbrado muy rápido a su ritmo de vida. Regresamos a Posadas. Pasaron los años. Tuvimos a nuestro primer hijo. A los dos años de este niño nació nuestro segundo hijo, pero con discapacidades, producto de la rubeola que me afectó du- rante el embarazo. Allí, otra vez en nuestra mente y en nuestra vida: Buenos Aires.

 

En Posadas no teníamos profesionales especializados para su discapacidad. Tenía problemas de corazón, de vista, de oído y neurológicos. Por supuesto, tuvimos que recurrir al Hospital de Niños de la Capital. Atención de excelencia. Nos abrieron las puertas. Nos aconsejaron y acompañaron en su estimulación para que este niño vaya creciendo de la mejor manera. Seguimiento continuo. Estudios especializados, cirugías de vista (nació con cataratas en ambos ojos), cirugía de corazón, hicieron que desde 1974 nos instaláramos defini- tivamente en la ciudad de Buenos Aires. En esta, mi querida Buenos Aires, en la que he vivido los últimos cuarenta y cuatro años de mis setenta y dos años de vida actuales. En la que vi soles y lunas, tuve risas y llantos, alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, esperanzas y des- esperanzas, nacimientos y muertes, proyectos concretados y perdidos, triunfos y frustraciones, pero, por sobre todo en la que fui y soy inmensamente feliz.

 

Y, colorín colorado, este cuento ha terminado.

 

Acá estoy, en julio de 2018, sin quererlo, justamente a 50 años de aquel abril de 1968 contándoles esta historia, en la que espero haberles reflejado cómo se siente un provinciano en Buenos Aires. Ciudad, donde muchos queremos llegar y en la que se puede vivir y disfrutar a pleno. Buenos Aires ofrece a todo el mundo sus bonanzas y maravillas. Aquí, siempre hay algo más para mirar, para conocer, para pasear, para estudiar, para trabajar, para consultar, para soñar, para sorprenderse, para hacer… para contar… para vivir.

 

ACTIVIDADES

1- ¿Quiénes son los protagonistas de la historia y de dónde vienen?

2- ¿Cuántas veces vienen a Buenos Aires? ¿Por qué?

3-Enumera los lugares de Buenos Aires que nombra la protagonista.

4-Comenzamos nuestro viaje: Busca en internet imágenes de los lugares que se nombran en el cuento y que te llamen más la atención. Luego cuenta cuáles elegiste y porqué.

5? -Cómo te imaginas la vida de los protagonistas en su provincia?

6-Describe un lugar de Buenos Aires que conozcas y qué hiciste en él.

7-Si te animas podés pegar en el trabajo, imágenes de los lugares que conociste a partir de este cuento.

Te invito a que descubras un secreto porteño: https://www.youtube.com/watch?v=cE2qZKgMK0U&feature=youtu.be

ESPERO QUE TE HAYA GUSTADO ESTA ACTIVIDAD Y QUE, AL MENOS HAYAS SALIDO POR UN RATO DE TU CASA VIRTUALMENTE Y CONOCIDO LUGARES EMBLEMÁTICOS DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES.

                                                                                              CARIÑOS.