PRÁCTICAS DEL LENGUAJE
DOCENTE: OCCHIPINTI ADRIANA
CURSO: 2°1 Y 3°1°
GENERO REALISTA: UN RECORRIDO POR BUENOS AIRES.
Hola chicos
espero que se encuentren bien al igual que sus familias. Ya saben que estamos
trabajando el cuento realista donde los hechos pueden semejarse con la realidad
pues hay personajes, lugares, situaciones y tiempo perfectamente identificables
con nuestra vida cotidiana.
En esta ocasión
les cuento que nos acercamos a la jornada “Maratón Nacional de Lectura”, semana
en la que todos los alumnos del país leen diferentes historias y las comparte
con sus compañeros y profesora. Este año, la provincia de Buenos Aires cumple
200 años y por tal motivo, les propongo leer la siguiente historia y luego
conocer virtualmente esta hermosa ciudad llena de luces, misterios y cultura. ¿Empezamos?
PROVINCIANOS
EN BUENOS AIRES
Había una vez...
allá, en abril de 1968... Hacía poco más de un año que nos habíamos casado.
Estábamos armando nuestra casa. En esas épocas, no existían las tarjetas de
crédito y los negocios co- braban bastante interés al vender en cuotas. Por tal
motivo, pedimos un préstamo bancario y, como en Buenos Aires las cosas eran mu-
chísimo más baratas que en nuestra provinciana ciudad de Posadas donde
vivíamos, decidimos hacer un “Viaje de compras” a la Capital. Aprovechamos la
Semana Santa.
Salimos el sábado
en Singer, “la” empresa de ómnibus que hacía Posadas - Buenos Aires, la única.
Llegamos el domingo por la mañana. Por recomendación de una tía nos alojamos en
un hotel de Callao y Bartolomé Mitre. Fue nuestra llegada a la gran ciudad. El
domingo por la noche nos deslumbraron las luces. Ni qué decir, el subte.
Comenzamos a caminar. Increíble, ante nosotros, el Congreso Nacional con su
plaza, la Confitería del Molino, la famosa Avenida de Mayo. Pasamos por el
deslumbrante Palacio Barolo, el Hotel Castelar, el Café Tortoni, cargado de
recuerdos. La recorrimos de punta a pun- ta, hasta llegar a la inigualable
Plaza de Mayo, rodeada de edificios repletos de historia que se abrían ante
nuestros ojos como estampas. Recordábamos las fotos y figuritas de diarios y
revistas como Billiken y Mundo Infantil, que de niños teníamos que recortar y
pegar en el cuaderno para cumplir con una tarea escolar. Nos parecía mentira
poder estar viendo directamente todos esos lugares, a los que pensá- bamos que
nunca podíamos llegar. Pero... estábamos aquí.
Terminamos
nuestro primer día porteño muertos de cansancio y comentando y recordando todo
lo visto hacía unas pocas horas, nos quedamos dormidos. Al otro día, lunes, mi
marido concurrió a las ofici- nas centrales de Obras Sanitarias de la Nación,
repartición de la cual era empleado, desempeñando su cargo en la ciudad de
Posadas. Al recibirlo, su jefe le dijo: “¡Qué pronto vino, ingeniero!”. Mi
esposo no comprendía esta frase pero de inmediato se aclaró. Le habían otor-
gado una beca para cursar la especialidad de Ingeniería Sanitaria en la
Universidad de Buenos Aires y debía presentarse el lunes siguiente a la primera
clase de este curso. Como eran las comunicaciones en aquellas épocas, esta
noticia todavía no había llegado a Posadas.
Cuando regresó al
hotel no sabía cómo decirme que teníamos que cortar nuestro viaje de compras y
regresar a Posadas para preparar la estadía que sería por diez meses. Al recibir
la noticia, espontáneamen- te le contesté: “De ninguna manera. No podemos
volvernos sin hacer las compras”, pues, habíamos pedido el préstamo bancario
para ese fin. Por lo tanto, ocupamos el resto del lunes, el martes y el
miércoles para recorrer negocios y comprar lo programado: un ventilador; dos
reposeras; una radio a transistores (así las llamábamos a las radios a pila),
compramos una SONY, de “marca”; telas para cortinas; ropa de cama; y ropa
personal. Y allá volvimos a nuestra casa con nuestras adquisiciones.
El miércoles por
la noche, de vuelta en Singer a Posadas. Se nos acabó nuestro paseo por la
Capital. Mi marido regresó a Buenos Aires el domingo siguiente y el lunes pudo
asistir a la primera clase en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de
Buenos Aires, en la Avenida Paseo Colón.
Yo me quedé en
Posadas organizando cómo dejar la casa ce- rrada por diez meses. Guardando
cosas, programando cómo pagar los impuestos y los distintos servicios. Viajé de
nuevo de Posadas a Buenos Aires el sábado por la noche. Se viajaba de noche
para que el viaje resulte más corto, durmiendo la ruta de 1200 km. El camino
tenía muchos kilómetros de tierra, los que debían transitarse a muy baja velocidad.
En esta oportunidad, llovió durante todo el viaje, por lo que fue más largo. No
veía las horas de llegar y encontrarme con mi mari- do que, por suerte, me
estaba esperando en la terminal de la empre- sa. No había, en esos años, una
terminal de ómnibus en la ciudad de Buenos Aires. Cada empresa tenía su terminal
propia, que no era más que un gran galpón con alguna que otra comodidad para
esperar y despachar a los pasajeros. La de Singer estaba en Parque Patricios.
Retiramos las
pertenencias de mi marido del hotel en el que se había alojado esa semana y
fuimos al departamento de una fa- milia amiga mía de la infancia, a la que
había contactado y que muy amables nos ofrecieron un lugar en su departamento
que, paradójica- mente, estaba ubicado a una cuadra del hotel, en calle
Cangallo (hoy, Presidente Perón) y Riobamba.
Al otro día
volvió a llover y recién allí noté la falta de mi para- guas, que había traído
en el ómnibus, afuera de los bolsos por si lo necesitaba a la llegada, algo que
no sucedió porque en ese momento no llovía. Con mucha ilusión y poca esperanza,
comenté con los que estaba en ese momento, que iría a la terminal de Singer a
buscar mi paraguas. Por supuesto, todos opinaban que no lo encontraría. Pues
bien, al llegar al lugar, me acerqué a la ventanilla para preguntar al señor
que estaba atendiendo si habían encontrado un paraguas en el coche que había
venido de Posadas el día anterior (había un solo coche por día que cubría este
trayecto) y como respuesta a mi pre- gunta, este señor fue a otra habitación y
regresó con mi paraguas en la mano. De más está decir: mi sorpresa y
agradecimiento por la ho- nestidad demostrada. Al regresar al departamento de
nuestros ami- gos nadie podía creer lo sucedido. Yo, contenta con no haber
perdido mi paraguas, volví a la normalidad.
De inmediato, nos abocamos a buscar
departamento amobla-do para alquilar hasta diciembre. Como mi esposo debía
asistir a las clases, me tocaba a mí recorrer y hacer la búsqueda, Clarín en
mano, como se usaba. No había Internet y este era el diario que tenía más
avisos clasificados en el rubro inmobiliario.
Había muchísimas
ofertas, pero nada dentro de nuestras posi- bilidades económicas. Así
transcurrimos nuestra primera semana sin poder disfrutar de esta Buenos Aires.
Caminando sin ver lo que está- bamos transitando, solo mirábamos los edificios
que tenían carteles de alquiler y buscábamos aquellos a los que nos llevaban
los avisos clasificados. Una tarea ardua y desmoralizadora ante la falta de una
posibilidad real.
El domingo
siguiente fuimos a la misa vespertina en la Iglesia de San Nicolás de Bari, en la Av. Santa Fe al
1300. Emocionante. Fer- vientemente le pedimos a Dios que nos ayude a encontrar
nuestro alojamiento. Al finalizar la misa, decidimos caminar un rato. Tomamos
hacia la izquierda, es decir, por Santa Fe hacia Callao. A los pocos pasos
encontramos una galería comercial. Le dije a mi marido: “En- tremos a mirar un
poco”. ¡Oh, sorpresa! En uno de los locales, había pegado en la vidriera un
papelito blanco escrito a mano que decía: “Alquilo departamento amoblado hasta
diciembre”. No lo podíamos creer. Nos miramos y sin dudarlo, dijimos:
“¡Preguntemos!”. Así lo hi- cimos. Nos atendió una señora muy amablemente. Nos
describió el departamento ideal para nosotros. Dos ambientes amoblados, dormitorio
con cama matrimonial y placard, living con mesa y cuatro sillas, diván cama
doble y una mesita ratona, cocina equipada con vajilla, heladera y todo lo
necesario. Estaba ubicado en la calle Paso esquina Lavalle, tercer piso a la
calle. Tanto el living como el dormitorio tenían balcón francés, es decir,
puertas balcón que abarcaban todo el ancho de la habitación hacia la calle
Paso. Tal como convenimos con esta señora, fuimos a visitarlo al día siguiente.
Era el departamento de su hermana, casada con un médico. La pareja había
viajado al exterior también por un curso de perfeccionamiento del doctor. Nos
encan- tó desde que entramos. Las
condiciones de alquiler eran las norma- les: mes adelantado y una garantía
propietaria, impuestos y servicios a cargo del inquilino. Como era de
propietario a inquilino no había ninguna comisión. Conversando parece que les
caímos en gracia y no hizo falta intervención de escribano ni de nadie para la
firma del contrato de alquiler. Lo hicimos solo entre las partes. Con respecto
a la garantía, una anécdota. Mi esposo era representante en el Litoral,
(Misiones, Corrientes y Entre Ríos) de una consultora de ingeniería. Llamó a
uno de los integrantes de esa consultora y le comentó que necesitábamos un
garante para el alquiler del departamento. Como respuesta nos invitó a cenar en
su departamento de Barrancas de Belgrano. Allá fuimos, muy contentos pensando
que nos daría todos los datos para la garantía. Grande fue nuestra sorpresa y
desilusión cuando al finalizar la cena en la que estuvieron este señor y su es-
posa, nos dijo que no podía firmar la garantía porque su cargo en la consultora
se lo impedía. Nos dimos cuenta perfectamente que fue una simple excusa y esto
nos reveló la clase de personas con las que estábamos tratando, por lo que
pronto mi esposo renunció a la re- presentación de esa consultora. Regresamos
al departamento tristes y desorientados pensando a quién podíamos pedir
semejante favor.
Al día siguiente,
mi marido fue a clase temprano como todos los días. Cuando estábamos
desayunando, la señora Consuelo, la dueña de casa, me pregunta el motivo de mi
preocupación que, evidente- mente yo dejaba traslucir. Le expliqué el motivo y
me respondió: “No te preocupes, ya encontrarán la solución”. Terminamos el
desayuno y fui al dormitorio. Pasó un buen rato, no sé cuánto tiempo habrá sido
y sentí que golpearon a la puerta de la habitación. Abrí y era don Pepo, como
llamábamos al dueño de casa y esposo de la señora Consuelo, nuestros vecinos y
amigos de Esquina, mi correntino pueblo natal. En su mano tenía unas carpetas
de cartulina rosada, tamaño oficio, algu- nas más gastadas que otras. Extendió
su mano y me dijo: “Tomá. Lle- vá esto al propietario del departamento que
quieren alquilar y si les aceptan puedo firmarles la garantía”. Me daba las
escrituras origina- les del departamento en que estábamos, de su casa y los
campos de Esquina. Así se usaba en aquellos años, no como ahora que todo se
maneja con fotocopias. Él se dedicaba a la agricultura y tenía un buen plantel de
ganado. Ante semejante actitud no hice más que agrade- cerle infinitamente y
decirle que no era necesario tanto, que me diera solo la del departamento de
Buenos Aires a lo que me respondió que presente todo para que el propietario
sepa a qué clase de personas estaba alquilando su departamento. Cuando mi
marido vino de su clase y le muestro y comento lo sucedido, no lo podía creer.
No eran fáciles
las comunicaciones telefónicas; por supuesto, no existían los teléfonos móviles
y conseguir una línea telefónica en Buenos Aires era sumamente difícil. Por
ejemplo, en el negocio donde estaba colocado el papelito en la vidriera, no
tenían teléfono, había que llamar al local vecino. Por todo esto, decidimos ir
directamente. Cuando mostramos las escrituras para la garantía, de inmediato
to- maron todos los datos, nombres y números de documento y fijaron el horario
para la firma y entrega de la llave para la tarde del día siguien- te. El acto
se realizó en el departamento de nuestros amigos para que don Pepo no tenga que
trasladarse a otro lugar. Todo, en un ambiente cordial y amable de ambas
partes. Nos dieron las llaves y, aunque ya era de noche, fuimos rápido hasta el
departamento, para ver de qué
disponíamos y qué necesitaríamos.
Al otro día, la
señora Consuelo me dijo que vaya a limpiar el de- partamento y que una de las
chicas que trabajaba en el departamen- to de ellos iría conmigo para ayudarme.
Así fue. Menos mal, porque a pesar de que eran solo dos habitaciones, cocina y
baño, nos dio un buen trabajo. Sobre todo el baño, que tenía las paredes
cubiertas de azulejos negros y bañera. Quedan muy lindos los azulejos negros
con los artefactos sanitarios blancos, pero… ¡no sé hacen una idea lo que
cuesta limpiar esos azulejos! Una gota de agua que queda sin secar se marca con
una aureola. Las habitaciones tenían pisos de parquet que había que encerar. La
cocina tenía bajo mesada y ala- cena con vajilla muy completa. Había que lavar
todo. Nos llevó más de un día, pero quedó impecable. Recién después de este trabajo
llevamos nuestras valijas y nos instalamos en el departamento. Nunca
terminaremos de agradecer a la señora Consuelo y a don Pepo todo lo que
hicieron por nosotros. Fueron nuestros padres en Buenos Aires.
Recién en este
momento comenzó nuestra vida de provincia- nos en Buenos Aires. Costumbres y
nombres diferentes. Fui a la carni- cería y pido dos chuletas, el carnicero me
miró y me dijo: “¿Qué?” Le repito: “Dos chuletas”. Hizo una expresión de
asombro. Se las señalé porque las tenía en la heladera mostrador. “Ah, dos
bifes anchos”, me corrigió. Ahí, la asombrada fui yo, por el nombre que le dio
a este corte de carne.
Estábamos en
período de mucha inflación. En la esquina de Av. Pueyrredón y Cangallo (hoy,
Presidente Perón), estaba la feria mu- nicipal con puestos de verduras, carnes,
pescados, pastas frescas, artículos de limpieza y alguno que otro puesto con
artículos de almacén. Un día, al llegar, pregunté el precio del kilo de ñoquis
en el puesto de pastas frescas que estaba en la entrada. Me dieron un precio.
Como tenía que comprar varias cosas, pensé: “Si lo llevo ya, los ñoquis van a
quedar abajo en la bolsa y se van a aplastar todos”. Decidí hacer las otras
compras primero y, como este puesto estaba en la puerta, comprar los ñoquis a
la salida para que fueran arriba en la bolsa. Así lo hice, pero grande fue mi
sorpresa cuando para pagar saqué la suma que me habían dicho un rato antes y me
dijeron: “No, ya aumentaron…”. Sin comentarios. Así funcionaba nuestra economía
por esas épocas.
Mi marido viajaba
cada quince días en avión a Posadas para dar clases. Habían dos empresas:
Austral y Aerolíneas Argentinas. Una hacía el trayecto de la mañana y la otra,
el de la tarde. Ida y vuelta con escala en Corrientes las dos. Él viajaba los
viernes a la tarde y regresaba los domingos a la mañana. Daba clases en la
Facultad de Ingeniería de Posadas que dependía de la Universidad del Nordeste,
con sede en la ciudad Corrientes. Para no quedar sola en el departa- mento,
había fines de semana que iba al departamento de los amigos. Cuando tenía que
hacer, me quedaba en el nuestro. Comencé un curso de computación en un
instituto de IBM y otro de bioestadística en sanidad escolar, por lo que tenía
que estudiar. Como distracción, frecuentaba el zoológico que estaba en plena
actividad y tenía muchí- simos animales. Pasaba horas observando a los monos
que parecían personitas por cómo se trataban y las cosas que hacían.
Nos deslumbró la
avenida Corrientes con sus librerías, teatros, restaurantes y luces. Ni decir
de la zona del obelisco, donde era im- posible no dejarse asombrar por los
carteles luminosos. Solíamos sa- lir caminando desde Paso, por Corrientes y
llegar hasta Florida. Con nuestra juventud de aquellos años, esto era realmente
un paseo y nos llevaba todo el tiempo que teníamos disponible en ese día. Es
de- cir, nos quedábamos admirando lo que nos interesaba, todo cuanto queríamos.
A veces, solo entrábamos en una o dos librerías y ya nos dábamos por
satisfechos. Otra entrábamos a disfrutar en una de las tantas pizzerías,
algunas muy famosas como Los Inmortales, Güerrin, Las Cuartetas, Banchero,
entre otras.
Así, un día
decidimos entrar a tomar el té en la confitería que en ese entonces tenía el
Teatro San Martín, que era nuevito. Se había inaugurado el edificio en 1960.
Una confitería “con todo”. Mesas con mantel color natural hasta el piso y
cubremantel blanco inmaculado. Sillas tapizadas de pana roja. Pedimos dos tés
con leche con masas. Enseguida nos trajeron la vajilla, de porcelana, de primer
nivel. Colo- caron frente a cada uno las tazas y plato auxiliar, cubiertos y
copa. Otro mozo trajo una bandeja con la tetera, con té en hebras, no en
saquitos, el colador apoyado en una copita; la lechera; y la azucarera, que nos
dejaron en la mesa al igual que una jarra de vidrio con agua. Detrás, otro mozo
trajo una mesita rodante de aproximadamente 60 x 40 cm. repleta de masas finas
acomodadas de manera muy decorati- va. Nos miramos con mi marido y dijimos:
“¿Por dónde empezamos?”. No había nadie que haya pedido algo semejante como
para “copiar” como comían. La mayoría de las mesas estaban ocupadas, pero los
comensales solo tenían un café o una gaseosa, no más que eso. Al- guno que
otro, un tostado. A la inversa, todos nos miraron, es decir, miraron la mesita
rodante cargada de masas. Mi marido me dijo: “Y bueno, comamos”. Como a él le
gustaban más las de crema y a mí las de dulce de leche, así las fuimos
seleccionando. Riquísimas. Pero, literalmente, no dábamos más. Mi esposo me
decía: “Comé que nos van a cobrar igual”. Comentábamos cuánto tendríamos que
pagar y nos conformaba el hecho de que era principio de mes y que esta sería
“la salida de ese mes”. Llegó el momento en que dijimos basta. En la mesa
auxiliar quedaban unas pocas masas. Llamamos al mozo para pagar y grande fue
nuestra sorpresa cuando contabiliza cuántas masas habíamos comido y sobre ese
número fue el precio que nos cobraron. No se pregunten cuánto pagamos. Fue el
importe de la sa- lida de dos meses. Pero… ¡qué ricas eran esas masas y qué
bien la pasamos en ese lugar! Hasta hoy lo recuerdo con nostalgia.
Algunos fines de
semana soleados, íbamos hasta la Costanera Sur. El agua del río bañaba la arena
de la playa a la que aún, en in- vierno, concurrían los lugareños a tomar sol.
Hoy, con la reserva eco- lógica y demás, es imposible imaginar aquella postal,
pero en 1968 la pudimos apreciar.
Para completar la
traza de la Avenida 9 de Julio estaban demo- liendo las últimas manzanas
edificadas para llegar con la obra hasta Constitución. Todas las manzanas de
número 1000 fueron demolidas para abrir la avenida. Por eso, las calles que
cortan la avenida hacia el lado de la Casa Rosada terminan con el número 999 y
después de la avenida, comienzan con el 1100. En esas manzanas, había muchos
negocios cuyos locales fueron expropiados y cerraron sus puertas. Yo los
recorría y aproveché muchas de las tantas ofertas que ofrecían. Conservo
bijouterie de aquella época, artículos de mercería, artícu- los de bazar. En
una de las mercerías que compraba daban como promoción entradas para los
teatros de la Avenida Corrientes. ¡Cómo los disfrutamos! No perdimos ninguno de
los cupones. Obras exce- lentes interpretadas por artistas famosos del momento.
A veces, no necesitaba nada pero iba a comprar un carretel de hilo para tener las
entradas de teatro.
Así fueron
transcurriendo los diez meses y llegamos a diciem- bre. Decidimos ir a pasar la
Navidad y el Año Nuevo a Santa Fe, donde vivía mi madre, y después ir a
Posadas. Despachamos por Singer los bultos con las cosas que habíamos comprado
durante el año, que no fueron pocas. Entre ellas, máquina de tejer y televisor
que recién se estaban popularizando. Lo que compramos de ropa y cosas de bazar,
por ejemplo, lo iba llevando mi esposo cuando hacía los viajes para ir a dar
clases.
Llegó el día de
despedirnos de Buenos Aires. Fue con bastante pesar, pues, nos habíamos
acostumbrado muy rápido a su ritmo de vida. Regresamos a Posadas. Pasaron los
años. Tuvimos a nuestro primer hijo. A los dos años de este niño nació nuestro
segundo hijo, pero con discapacidades, producto de la rubeola que me afectó du-
rante el embarazo. Allí, otra vez en nuestra mente y en nuestra vida: Buenos
Aires.
En Posadas no
teníamos profesionales especializados para su discapacidad. Tenía problemas de
corazón, de vista, de oído y neurológicos. Por supuesto, tuvimos que recurrir
al Hospital de Niños de la Capital. Atención de excelencia. Nos abrieron las
puertas. Nos aconsejaron y acompañaron en su estimulación para que este niño
vaya creciendo de la mejor manera. Seguimiento continuo. Estudios
especializados, cirugías de vista (nació con cataratas en ambos ojos), cirugía
de corazón, hicieron que desde 1974 nos instaláramos defini- tivamente en la
ciudad de Buenos Aires. En esta, mi querida Buenos Aires, en la que he vivido
los últimos cuarenta y cuatro años de mis setenta y dos años de vida actuales.
En la que vi soles y lunas, tuve risas y llantos, alegrías y tristezas, éxitos
y fracasos, esperanzas y des- esperanzas, nacimientos y muertes, proyectos
concretados y perdidos, triunfos y frustraciones, pero, por sobre todo en la
que fui y soy inmensamente feliz.
Y, colorín
colorado, este cuento ha terminado.
Acá estoy, en
julio de 2018, sin quererlo, justamente a 50 años de aquel abril de 1968
contándoles esta historia, en la que espero haberles reflejado cómo se siente
un provinciano en Buenos Aires. Ciudad, donde muchos queremos llegar y en la
que se puede vivir y disfrutar a pleno. Buenos Aires ofrece a todo el mundo sus
bonanzas y maravillas. Aquí, siempre hay algo más para mirar, para conocer,
para pasear, para estudiar, para trabajar, para consultar, para soñar, para
sorprenderse, para hacer… para contar… para vivir.
ACTIVIDADES
1- ¿Quiénes son
los protagonistas de la historia y de dónde vienen?
2- ¿Cuántas veces
vienen a Buenos Aires? ¿Por qué?
3-Enumera los
lugares de Buenos Aires que nombra la protagonista.
4-Comenzamos
nuestro viaje: Busca en internet imágenes de los lugares que se nombran en el
cuento y que te llamen más la atención. Luego cuenta cuáles elegiste y porqué.
5? -Cómo te
imaginas la vida de los protagonistas en su provincia?
6-Describe un
lugar de Buenos Aires que conozcas y qué hiciste en él.
7-Si te animas podés
pegar en el trabajo, imágenes de los lugares que conociste a partir de este
cuento.
Te invito a que
descubras un secreto porteño: https://www.youtube.com/watch?v=cE2qZKgMK0U&feature=youtu.be
ESPERO QUE TE
HAYA GUSTADO ESTA ACTIVIDAD Y QUE, AL MENOS HAYAS SALIDO POR UN RATO DE TU CASA
VIRTUALMENTE Y CONOCIDO LUGARES EMBLEMÁTICOS DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES.
CARIÑOS.