miércoles, 16 de septiembre de 2020

1°1° TM P.D.L - PF PAULA GENTA- 16/9/2020

 

PRÁCTICAS DEL LENGUAJE

DOCENTE: GENTA, PAULA

CURSO: 1° AÑO

 

 “RESCATANDO TRADICIONES”.

 

Hola chicos espero que se encuentren bien al igual que su familia. Como saben, estamos trabajando cuentos tradicionales con la finalidad de reflexionar acerca de nuestras conductas hecho que lo hacemos también en nuestros encuentros de zoom.

Si bien ahora vamos a trabajar de manera conjunta con la profesora Norma, del área de sociales, pronto tendremos la Maratón Nacional de Lectura en la cual todos los alumnos del país, leen cuentos, poesías, historias y las socializamos. Este año, la temática es Buenos Aires y, por lo tanto, todas las historias tienen que tener como espacio o lugar común, dicho lugar.

Aprovechando que estamos tratando contenidos que nos invitan a pensar acerca de nosotros les propongo la lectura de un cuento que fue uno de los finalistas del certamen literario “Historias de Buenos Aires”, en 2018, y dice así:

 

ÉRASE UNA VEZ… ALLÁ, POR EL 50 Y PICO…

 

Allí, donde la Avenida Gral. Paz pasaba por debajo de un puente, para mí altísimo, el de la Avenida Gral. San Martín, nos parábamos con mis padres las noches de verano, acodados en la baranda de contención. Supongo que, en esos momentos, ellos tejerían sus sue- ños y charlas de joven pareja. Yo recuerdo muy bien mi entretenimien- to, que consistía en contar los pocos autos que por abajo circulaban. Volvíamos caminando hacia nuestra casa por la Av. San Martín y, en Emilio Lamarca, doblábamos. Vivíamos a mitad de cuadra, al lado de la casa de mis abuelos paternos.

 

Los vecinos con sus sillas, acomodados en la vereda, tomaban “la fresca” y saludaban a mis padres, mientras yo corría para encon- trarme con mis amiguitos de la cuadra. Era fabuloso que mis padres sacaran también sus sillas y se quedaran charlando, porque así los chicos podíamos jugar. Nos peleábamos por elegir con cuál de los juegos empezábamos: ¿el patrón de la vereda? ¿El pisapisuela? ¿La escondida?¿La mancha venenosa? ¿La mancha sin pido y sin casa?

¿El Martín pescador? ¿La esquinita?

 

A la rayuela siempre la dejábamos para el día, porque a la no- che se dificultaba mucho ver las líneas dibujadas con tiza. Las vere- das estaban oscuras; el farol de la cuadra, de luz mortecina y semies- condido entre las copas de los añejos plátanos, apenas iluminaba. Se nos pasaba el tiempo volando, hasta que….:

 

–¡Bueno!... ¡Vamos...adentro, que es tarde...mañana siguen!... – la voz de mi papá, así me lo ordenaba.

 

 

De día, con mi vecinita y mejor amiga Mary, jugábamos en el fondo de mi casa bajo la parra o juntábamos mariposas en la quinta del fondo de la casa de mis abuelos. Teníamos mucho cuidado de no lastimarlas, esperando que se posaran en alguna flor. Con nuestros

dedos, las sujetábamos despacito cuando unían sus alas y, luego de            

mirarlas con mucha atención, las apoyábamos en nuestras manitas

para permitirles que volvieran a volar.

 

Nos enojábamos con nuestros amiguitos del barrio porque ellos las cazaban al vuelo a varazos, por el solo hecho de ponerlas en frascos vivas o muertas. Corrían gritando como los indios, por la calle Griveo, que era de tierra y estaba bordeada de zanjas llenas de flores; por eso, las juntaban a montones. Rojas, blancas y amarillas.

 

Mi papá, como mis tíos y abuelo, era lechero. Ellos eran “Los Baldi” y repartían la leche, que de madrugada iban a buscarla a la estación del San Martín, con sus camioncitos por el barrio de Villa Devoto. El tren lechero llegaba cargado de todos los productos de las quintas, chacras y tambos desde Pilar hasta la Capital. La leche llega- ba en grandes tarros de 50 litros. Aun hoy, conservo uno de 20 litros con las iniciales de mi papá en bronce, MB (Mauro Baldi), estampadas en su tapa y una medida graduada con la que vendían a sus clientes aquella leche ordeñada en el día, fresca, sabrosa y gorda. Tan gorda era que la poca que sobraba, al final del día, mi papá la mezclaba con sal gruesa y la agitaba con sus brazos dentro de un tarro de 5 litros. La agitaba mucho, mucho, mucho… hasta transformarla en manteca salada, ¡exquisita!

 

Tenía un piletón enorme, donde cuando terminaba el trabajo diario, lavaba con un cepillo los tarros que servirían luego para con- tinuar el mismo ciclo. Debíamos haber estado muy fuertes, ¿no? Por-

 

 

que no recuerdo que nadie se haya enfermado. Como siempre, y muy a nuestro pesar, se terminaban pronto las vacaciones y nuevamente empezaban las clases… ¡A la escuela!

 

El primer día y todos los días de clase, mi mamá me llevaba

 

 a “la Delfín Gallo”, Escuela Nº1 de niñas del aquel entonces DE 16. El colegio era mantenido por el Estado y por la Asociación Cooperado- ra, formada por los padres de las niñas que allí concurríamos. Con mamá, pasábamos a buscar a algunas compañeritas que vivían por nuestro recorrido hasta llegar a Fernández de Enciso y San Nicolás, que era el sitio de llegada y lo sigue siendo.

 

Recuerdo mi delantal siempre almidonado, tanto así que las puntas de las tablas me pinchaban las piernas en el invierno. Toda de blanco, con zapatitos Guillermina, soquetes y mi largo pelo recogido en un rodete ajustado con un gran moño.

 

¡Qué lujo la enseñanza! Teníamos clase de dibujo y pintura, de costura y bordado, de canto, de ciencias naturales con animales em- balsamados y todo. Hasta un esqueleto para anatomía.

 

En Invierno, era un clásico que la portera de la escuela nos trajera, en unas mesas rodantes enormes, tazones de mate cocido humeante y pancitos calentitos para cada una.

 

A la “Delfín Gallo” venían niñas de todos los barrios, hasta de locali- dades cercanas de la Provincia (Tropezón, Caseros, Santos, Lugares, Saenz Peña, Villa Lynch). ¡Cómo amé ese colegio!

 

A la salida, a veces, regresábamos a casa por Avenida San Martín y Avenida Mosconi. Me encantaba ver al policía subido a una garita en el medio de ese cruce dirigiendo el tránsito que en ese en-tonces parecía muy intenso. ¡Pasó tanto tiempo!

 

Empecé a escribir y ahora debo concluir,aunque tengo los sentidos llenos de imágenes, olores, sonidos, voces y tantos recuer-   dos de gente y momentos preciosos muy atesorados en mi corazón    que quisiera continuar y compartirles todos y cada uno de ellos.           51

Hoy, cruzar las avenidas se nos hace simple, ayudados por semáforos y sendas peatonales. Los colectivos circulan rápido por los llamados carriles del “Metrobus”, los túneles bajo vías facilitan la cir- culación de los móviles. Ya no más calles de tierra, ni zanjones llenos de flores y mariposas, no más fogatas de San Pedro y San Pablo, no más juegos en las veredas.

Ni mejor, ni peor… distinto. Hermosa nuestra ciudad… ¡Aqué- lla!... ¡Esta!... ¿Lo será la que vendrá?. Estimo que sí.

Sólo le pido a Dios...

 

 

 

 

 

 

GUIA DE ACTIVIDADES.

NOTA: Para la realización de las mismas es necesario que leas el cuento con algún familiar mayor que esté en tu casa o bien y si te animas, hacer una videollamada con tus abuelos y de paso, les das una hermosa sorpresa.

 

1- ¿Qué costumbres describe el narrador que se realizaban en el barrio?

2- ¿Cómo se iba a la escuela? ¿Te parece que es similar a la escuela actual?

3- ¿Cuáles de los juegos que nombra el narrador conoces y jugaste?

4-Cuéntale a algún mayor (lo aclaré en la nota), la vida que se describe en el cuento y pregúntale si realizaban algunas de esas costumbres.

5-Pregúntales también si tuvieran que elegir una forma de vida (la actual o la de antes) con cuál se quedarían.

6-Describe cómo es vivir en tu barrio.

7- ¿Qué cosas de las que se nombran en la historia y que ahora ya no se hacen, te gustaría hacer?

 

Te invito a que descubras un secreto porteño: https://www.youtube.com/watch?v=cE2qZKgMK0U&feature=youtu.be

 

ESPERO QUE TE HAYA GUSTADO LA HISTORIA Y NOS ENCONTRAMOS EN ZOOM PARA SEGUIR CONSTRUYENDO NUESTRO PRIMER AÑO DE LA ESCUELA SECUNDARIA.

                                                                                                                                    CARIÑOS.