PRÁCTICAS DEL LENGUAJE
DOCENTE: GENTA, PAULA
CURSO: 1° AÑO
“RESCATANDO
TRADICIONES”.
Hola chicos
espero que se encuentren bien al igual que su familia. Como saben, estamos
trabajando cuentos tradicionales con la finalidad de reflexionar acerca de nuestras
conductas hecho que lo hacemos también en nuestros encuentros de zoom.
Si bien ahora
vamos a trabajar de manera conjunta con la profesora Norma, del área de
sociales, pronto tendremos la Maratón Nacional de Lectura en la cual todos los
alumnos del país, leen cuentos, poesías, historias y las socializamos. Este
año, la temática es Buenos Aires y, por lo tanto, todas las historias tienen
que tener como espacio o lugar común, dicho lugar.
Aprovechando que
estamos tratando contenidos que nos invitan a pensar acerca de nosotros les
propongo la lectura de un cuento que fue uno de los finalistas del certamen
literario “Historias de Buenos Aires”, en 2018, y dice así:
ÉRASE UNA
VEZ… ALLÁ, POR EL 50 Y PICO…
Allí, donde la
Avenida Gral. Paz pasaba por debajo de un puente, para mí altísimo, el de la
Avenida Gral. San Martín, nos parábamos con mis padres las noches de verano,
acodados en la baranda de contención. Supongo que, en esos momentos, ellos
tejerían sus sue- ños y charlas de joven pareja. Yo recuerdo muy bien mi
entretenimien- to, que consistía en contar los pocos autos que por abajo
circulaban. Volvíamos caminando hacia nuestra casa por la Av. San Martín y, en
Emilio Lamarca, doblábamos. Vivíamos a mitad de cuadra, al lado de la casa de
mis abuelos paternos.
Los vecinos con
sus sillas, acomodados en la vereda, tomaban “la fresca” y saludaban a mis
padres, mientras yo corría para encon- trarme con mis amiguitos de la cuadra.
Era fabuloso que mis padres sacaran también sus sillas y se quedaran charlando,
porque así los chicos podíamos jugar. Nos peleábamos por elegir con cuál de los
juegos empezábamos: ¿el patrón de la vereda? ¿El pisapisuela? ¿La escondida?¿La
mancha venenosa? ¿La mancha sin pido y sin casa?
¿El Martín
pescador? ¿La esquinita?
A la rayuela
siempre la dejábamos para el día, porque a la no- che se dificultaba mucho ver
las líneas dibujadas con tiza. Las vere- das estaban oscuras; el farol de la
cuadra, de luz mortecina y semies- condido entre las copas de los añejos
plátanos, apenas iluminaba. Se nos pasaba el tiempo volando, hasta que….:
–¡Bueno!...
¡Vamos...adentro, que es tarde...mañana siguen!... – la voz de mi papá, así me
lo ordenaba.
De día, con mi
vecinita y mejor amiga Mary, jugábamos en el fondo de mi casa bajo la parra o juntábamos
mariposas en la quinta del fondo de la casa de mis abuelos. Teníamos mucho
cuidado de no lastimarlas, esperando que se posaran en alguna flor. Con
nuestros
dedos, las
sujetábamos despacito cuando unían sus alas y, luego de
mirarlas con
mucha atención, las apoyábamos en nuestras manitas
para permitirles
que volvieran a volar.
Nos enojábamos
con nuestros amiguitos del barrio porque ellos las cazaban al vuelo a varazos,
por el solo hecho de ponerlas en frascos vivas o muertas. Corrían gritando como
los indios, por la calle Griveo, que era de tierra y estaba bordeada de zanjas
llenas de flores; por eso, las juntaban a montones. Rojas, blancas y amarillas.
Mi papá, como mis
tíos y abuelo, era lechero. Ellos eran “Los Baldi” y repartían la leche, que de
madrugada iban a buscarla a la estación del San Martín, con sus camioncitos por
el barrio de Villa Devoto. El tren lechero llegaba cargado de todos los
productos de las quintas, chacras y tambos desde Pilar hasta la Capital. La
leche llega- ba en grandes tarros de 50 litros. Aun hoy, conservo uno de 20
litros con las iniciales de mi papá en bronce, MB (Mauro Baldi), estampadas en
su tapa y una medida graduada con la que vendían a sus clientes aquella leche
ordeñada en el día, fresca, sabrosa y gorda. Tan gorda era que la poca que
sobraba, al final del día, mi papá la mezclaba con sal gruesa y la agitaba con
sus brazos dentro de un tarro de 5 litros. La agitaba mucho, mucho, mucho…
hasta transformarla en manteca salada, ¡exquisita!
Tenía un piletón
enorme, donde cuando terminaba el trabajo diario, lavaba con un cepillo los
tarros que servirían luego para con- tinuar el mismo ciclo. Debíamos haber
estado muy fuertes, ¿no? Por-
que no recuerdo
que nadie se haya enfermado. Como siempre, y muy a nuestro pesar, se terminaban
pronto las vacaciones y nuevamente empezaban las clases… ¡A la escuela!
El primer día y
todos los días de clase, mi mamá me llevaba
a “la Delfín Gallo”, Escuela Nº1 de niñas del
aquel entonces DE 16. El colegio era mantenido por el Estado y por la
Asociación Cooperado- ra, formada por los padres de las niñas que allí
concurríamos. Con mamá, pasábamos a buscar a algunas compañeritas que vivían
por nuestro recorrido hasta llegar a Fernández de Enciso y San Nicolás, que era
el sitio de llegada y lo sigue siendo.
Recuerdo mi
delantal siempre almidonado, tanto así que las puntas de las tablas me
pinchaban las piernas en el invierno. Toda de blanco, con zapatitos
Guillermina, soquetes y mi largo pelo recogido en un rodete ajustado con un
gran moño.
¡Qué lujo la
enseñanza! Teníamos clase de dibujo y pintura, de costura y bordado, de canto,
de ciencias naturales con animales em- balsamados y todo. Hasta un esqueleto
para anatomía.
En Invierno, era
un clásico que la portera de la escuela nos trajera, en unas mesas rodantes
enormes, tazones de mate cocido humeante y pancitos calentitos para cada una.
A la “Delfín
Gallo” venían niñas de todos los barrios, hasta de locali- dades cercanas de la
Provincia (Tropezón, Caseros, Santos, Lugares, Saenz Peña, Villa Lynch). ¡Cómo
amé ese colegio!
A la salida, a
veces, regresábamos a casa por Avenida San Martín y Avenida Mosconi. Me
encantaba ver al policía subido a una garita en el medio de ese cruce
dirigiendo el tránsito que en ese en-tonces parecía muy intenso. ¡Pasó tanto
tiempo!
Empecé a escribir
y ahora debo concluir,aunque tengo los sentidos llenos de imágenes, olores,
sonidos, voces y tantos recuer- dos de
gente y momentos preciosos muy atesorados en mi corazón que quisiera continuar y compartirles todos
y cada uno de ellos. 51
Hoy, cruzar las
avenidas se nos hace simple, ayudados por semáforos y sendas peatonales. Los
colectivos circulan rápido por los llamados carriles del “Metrobus”, los
túneles bajo vías facilitan la cir- culación de los móviles. Ya no más calles
de tierra, ni zanjones llenos de flores y mariposas, no más fogatas de San
Pedro y San Pablo, no más juegos en las veredas.
Ni mejor, ni
peor… distinto. Hermosa nuestra ciudad… ¡Aqué- lla!... ¡Esta!... ¿Lo será la
que vendrá?. Estimo que sí.
Sólo le pido a
Dios...
GUIA DE
ACTIVIDADES.
NOTA: Para la
realización de las mismas es necesario que leas el cuento con algún familiar
mayor que esté en tu casa o bien y si te animas, hacer una videollamada con tus
abuelos y de paso, les das una hermosa sorpresa.
1- ¿Qué
costumbres describe el narrador que se realizaban en el barrio?
2- ¿Cómo se iba a
la escuela? ¿Te parece que es similar a la escuela actual?
3- ¿Cuáles de los
juegos que nombra el narrador conoces y jugaste?
4-Cuéntale a
algún mayor (lo aclaré en la nota), la vida que se describe en el cuento y
pregúntale si realizaban algunas de esas costumbres.
5-Pregúntales
también si tuvieran que elegir una forma de vida (la actual o la de antes) con
cuál se quedarían.
6-Describe cómo
es vivir en tu barrio.
7- ¿Qué cosas de las
que se nombran en la historia y que ahora ya no se hacen, te gustaría hacer?
Te invito a que
descubras un secreto porteño: https://www.youtube.com/watch?v=cE2qZKgMK0U&feature=youtu.be
ESPERO QUE TE
HAYA GUSTADO LA HISTORIA Y NOS ENCONTRAMOS EN ZOOM PARA SEGUIR CONSTRUYENDO
NUESTRO PRIMER AÑO DE LA ESCUELA SECUNDARIA.
CARIÑOS.